viernes, 11 de enero de 2013


Marea baja en Omaha

Tranquilos paseos por las playas cargadas de historia del desembarco de Normandía


La playa de Arromanches-les-Bains, en Normandía, fue uno de los escenarios del desembarco aliado el 6 de junio de 

1944. / PAOLO DE FAVERI
En las playas de Normandía, la humanidad disputó su batalla contra el mal. El 6 de junio de 1944 empezó la Operación Neptuno, la mayor invasión por mar de la historia. Cuando despuntaban las primeras luces del Día D, el general Eisenhower dio la orden de ataque a los 156.000 soldados estadounidenses, británicos y canadienses que, apoyados por miles de aviones y barcos de transporte y de combate, tenían como objetivo ocupar los 80 kilómetros de la costa normanda. Desde aquel día, los nombres de Sword, Juno, Gold y sobre todo Utah y Omaha identifican los escenarios donde se desarrolló un capítulo clave de la II Guerra Mundial.

Casi siete décadas después, las costas de Normandía mantienen intactas las características por las que el alto mando aliado las eligió como cabeza de puente para liberar Europa de los nazis. Formada en un 95% por playas, la marea baja deja al descubierto hasta 500 metros de arena, un espacio ideal para una operación anfibia y para un paseo relajado al atardecer.


Cementerio americano en la playa de Omaha, en Normandía (Francia). / FRANCIS CORMON

La ruta clave para visitar los escenarios del desembarco de Normandía es la carretera D-514, la Corniche, que desde Cabourg hasta Carentan perfila el litoral donde se desarrollaron las principales batallas. Pueblos como Saint-Laurent-sur-Mer vivieron en primera línea los sangrientos enfrentamientos. Hoy sigue siendo una villa de algunos centenares de habitantes, pero donde los recuerdos del Día D perviven en algunos artefactos recuperados del desembarco y convertidos en atractivo turístico. Ubicado a la orilla de la playa de Omaha, en sus arenas desembarcaron los soldados de la 1ª y de la 29ª División de Estados Unidos. Un pequeño museo local y un monumento a los soldados norteamericanos lo recuerdan. Pero para imbuirse en la historia solo es preciso pisar la arena, corretear entre las pequeñas lagunas que forma la marea baja, observar las colinas por donde treparon los soldados aliados bajo el fuego alemán e imaginar el infierno que se dibujó en aquellas playas, hoy un remanso de paz y tranquilidad.

Inevitablemente se aparecen los fotogramas iniciales de la película Salvar al soldado Ryan, de Spielberg, que, aunque no se rodaron en Normandía, son un reflejo de la crueldad extrema de las primeras horas del desembarco.
Tierra de cementerios


Mapa de Normandía (Francia). / JAVIER BELLOSO

Muy cerca, en Colleville-sur-Mer y sobre una de las colinas que rodean Omaha, se extiende el cementerio militar donde descansan 9.387 soldados norteamericanos de los 20.000 que murieron en Normandía. Sobrecoge el alma deambular entre las cruces y estrellas de David que recuerdan la juventud de los muertos, entre ellos dos hijos del presidente Roosevelt, si bien el mayor cayó en la I Guerra Mundial. Un lago ribeteado con el monumento de bronce titulado El espíritu de los jóvenes precede al jardín semicircular donde están inscritos los nombres de los 1.557 soldados desaparecidos en el combate. Inaugurado el 8 de junio de 1944, el camposanto ocupa 70 hectáreas y se completa con un magnífico museo repleto de recuerdos, gráficos e imágenes del desembarco. Un túnel donde resuenan los nombres de los soldados fallecidos en combate y una cápsula del tiempo que se abrirá el 6 de junio de 2044 completan una experiencia imborrable. Tanta como acercarse a Le Cambe, donde reposan 21.000 combatientes alemanes bajo un mar de cruces negras, o el británico, con 5.000 soldados de la Commonwealth, al lado de Bayeux.


Monumento Les Braves, de Anilore Banon, en la playa de Omaha (Normandía, Francia). / BRIGITTE MERZ

Cuando los primeros soldados aliados pisaron las playas normandas, la invasión ya había comenzado. Las divisiones aerotransportadas se habían colocado detrás de la primera línea defensiva alemana, para impedir la llegada de refuerzos. Un punto clave de las comunicaciones era Sainte-Mère-Eglise, que fue tomado por los paracaidistas de la 82ª División norteamericana. Uno de sus componentes, John Steele, quedó colgado de la torre de la iglesia en medio de un intenso fuego cruzado. Steele tuvo la sangre fría de permanecer inmóvil durante más de dos horas, hasta que llegaron las tropas aliadas y lo liberaron. Poco o nada ha cambiado en Sainte-Mère-Eglise, donde un muñeco con paracaídas sigue colgando del campanario mientras las tiendas y restaurantes del pueblo han convertido la aventura de Steele en el principal reclamo turístico.

El alto mando alemán ubicó en Longues-sur-Mer una de sus baterías de costa más potentes. Cuatro cañones de 150 milímetros sobre un acantilado de 66 metros de altura que tenían un alcance de 22.000 metros y vomitaban seis disparos por minuto. A pesar de que los bombarderos aliados habían machacado la posición en días anteriores, la batería desempeñó un papel clave en los primeros momentos del desembarco. Hoy los búnkeres derruidos y los cañones herrumbrosos son un atractivo turístico.


Guía
Información
Oficina de turismo de Normandía(www.normandie-tourisme.fr).
Asociación Normandie Memoire(www.normandiememoire.com), con información de las localizaciones, los museos y los puntos de interés relacionados con la II Guerra Mundial.
Turismo de Francia(http://es.franceguide.com).
Museo Conmemorativo de la Playa de Omaha (www.musee-memorial-omaha.com).
Museo Airborne (www.airborne-museum.org), en Sainte-Mère-Eglise.

La Punta de Hoc, un saliente entre las playas de Utah y Omaha infestado de ametralladoras y piezas de artillería que amenazaban el desembarco, era otro objetivo estratégico aliado. El Día D, los componentes de un batallón de Rangers escalaron los 25 metros de acantilado, pero las piezas habían sido retiradas tierra adentro. Aún hoy son visibles en las rocas los efectos de los combates que culminaron con la rendición alemana. Un monolito recuerda a los 35 comandos norteamericanos que murieron en la operación.

Mucho más visibles son los restos del puerto artificial de Arromanches, un reto de ingeniería que se construyó pieza a pieza en 17 días. Un año antes del desembarco se empezaron a fabricar en la costa británica los elementos que, remolcados a través del canal de la Mancha, constituirían el muelle artificial donde atracaron los barcos con suministros para los combatientes. Del Mulberry B, como se denominó el puerto de Arromanches, quedan hoy algunas piezas de hormigón y hierro varadas en la arena y un pontón restaurado. Un museo explica con detalle el inmenso servicio que hasta mediados de octubre prestó a la victoria final de la libertad.

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