lunes, 15 de octubre de 2012


La maldición del petróleo

Cuatro pescadores logran que un juez en Holanda siente en el banquillo a Shell por contaminación en Nigeria


MARCOS BALFAGÓN
En África, poseer petróleo o diamantes no es una bendición; suele ser una condena. El caso más evidente es el de Nigeria, un país de 134 millones de habitantes cuya descolonización nunca se ha llegado a completar por culpa del oro negro que yace en el delta del río Níger. Desde hace 80 años, la multinacional anglo-holandesa Shell explota los yacimientos de petróleo hasta el punto de haber sido durante todo este tiempo un poder fáctico que en el pasado, y en presunta connivencia con el dictador de turno, hacía, deshacía y, sobre todo, ganaba mucho dinero.

Ahora, cuando quizá todo ese poder ya no es el de antaño, cuatro pescadores han logrado que un juez holandés investigue el caso para que, de una vez, los afectados por los vertidos y la general contaminación obtengan alguna reparación. Hace solo un año, la ONU publicó un informe que de seguro va a ser de gran utilidad para los demandantes en este primer juicio que se avecina contra Shell en Europa.

Según ese estudio, en el reino nigeriano de Ogoniland, principal afectado, el río Níger ha sufrido durante 50 años una grave contaminación que llevará más de 30 años y de 700 millones de euros limpiar. El agua potable está contaminada, las tierras ya no son fértiles, no hay pesca y las enfermedades son habituales. El desastre ambiental es de enormes proporciones. “Mi comunidad es ahora una tierra fantasma”, ha dicho a modo de descripción uno de los afectados, que están contando en esta nueva batalla legal con el apoyo de la rama holandesa de la ONG Amigos de la Tierra.

Las sospechas sobre la petrolera Shell en Nigeria son tan negras como el crudo que explota. En 1995, nueve activistas nigerianos, entre ellos el escritor Ken Saro-Wiwa, fueron ahorcados y sus familias sostienen que la multinacional ayudó al Gobierno a montar las pruebas contra ellos. Pero, más allá de las sospechas, lo cierto es que las tribus de la zona llevan décadas protestando por los vertidos de Shell y, sobre todo, sufriendo los devastadores efectos de un negocio del que solo sacan pérdidas. Quizá esta vez un juez blanco en La Haya sea capaz de darles alguna esperanza.

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