domingo, 11 de marzo de 2012


Celebración de la orquídea

10 Marzo, 2012

Toda una eclosión de belleza y voluptuosidad en este marzo: la 11ª edición de OrquiCaracas; un prodigioso despliegue de plantas provenientes de todo el mundo en el 10º Festival Internacional de Orquídeas de Miami, con la presencia de Venezuela ─con todo derecho, por ser la flor propia de nuestra flora y notable el país en el ámbito mundial por su cultivo y la exposición Orchis, inspirada en la flor, de Lucía Pizzani.
No puede ser más propicia la ocasión para contar algunas de las leyendas concernientes a esas flores estupendas.
Orchis, un efebo de apolínea belleza, hijo de un fauno y una ninfa, fue violado y asesinado por unos cazadores; escondieron su cuerpo en el tronco hueco de un árbol, y huyeron, confiando en que nadie sabría de su felonía; pero habían sido observados por la divina Afrodita. Horrorizada por tanta maldad decidió el justo castigo de los criminales haciéndolos devorar por los lobos, y por su voluntad el cuerpo oculto en el hueco del árbol se transformó en la orquídea; pero Orchis, en su nueva configuración, se negó a parasitar al árbol que lo cobijaba; aprendió a nutrirse del aire, de los efluvios, del rocío; al árbol sólo lo utilizó como morada y en retribución le concedió el privilegio de adornarlo con su presencia en los días de su eclosión. Afrodita, conmovida por su bondad, le otorgó la gracia de hacer nacer la pasión en la mujer a quien un hombre le regalara una orquídea.

Los asiáticos tienen su propio mito para explicar el origen de la flor, mucho más antiguo y aún mas sobrecargado de sexualidad morbosa que el griego.

Hace muchísimo tiempo, una doncella hija de un nigromante se prendó de un joven pastor; se amaron apasionadamente hasta la enervación, en todo sitio, a toda hora del día y de la noche. El brujo supo de su romance y se sintió avergonzado por el humilde origen del mancebo, montó en cólera y quiso castigarlos mediante un hechizo cruel: haría desaparecer a la muchacha, reduciéndola a su esencia elemental; convertida en energía pura se fusionaría con las corrientes energéticas que fluyen por el cosmos desde el principio hasta el fin de los tiempos, con lo cual privaría al galán del objeto de su amor y de la fuente de su placer, llevándolo a la desesperación y a la locura; hizo el sortilegio, pero la intensa pasión de la joven resistió a las desencadenadas fuerzas del mal que consumían su ser material y una parte de ella permaneció; quedó su sexo, para que su amador, aunque impedido de abrazar su cuerpo y de besar su boca, siguiera poseyéndola; la orquídea es esa parte del cuerpo de la mujer que no se desmaterializó por completo gracias al amor.

El símbolo floral venezolano es la especie Cattleya mossia, cuyo hábitat preferido es la montaña Ávila. Narra la conseja que ahí esas flores cantan y susurran; quienes han tenido la experiencia y milagrosamente lograron sobrevivirla, dicen que tienen voz de mujer y la dejan oír en el crepúsculo; son como sirenas vegetales. El hombre que las escucha es presa del encanto y camina desorientado, dejándose llevar por las voces y murmullos; pierde el rumbo y acaba precipitándose por alguno de los muchos despeñaderos de la montaña.

Relatos de viajeros por tierras remotas cuentan de orquídeas de aroma letal y de una especie carnívora, de tamaño monstruoso, cuyo perfume embriaga y atrae al andariego; al estar a su alcance lo absorbe y devora mediante el horripilante procedimiento de liquificarlo en vida.

Dejando a un lado las fantasías, es un hecho que algunas raras especies de orquídea ─Stanhopea tigrina, entre otras─ pueden ser tóxicas: causan nauseas y cefaleas, fiebres y vómitos a quienes incurren en la imprudencia de dormir con ellas en alcobas cerradas.

Un célebre proceso criminal londinense de finales del s. XIX involucra a la orquídea.

La buena sociedad victoriana censuraba el interés de la mujer por la orquídea, debido al pecaminoso aspecto sexual de la flor; pero siempre han existido transgresoras, y la señora Andrea Collins fue una de ellas; se contó entre los muchísimos coleccionistas en los tiempos de la folly por la orquídea en Europa; también acumuló una respetable fortuna a partir de las herencias sucesivamente legadas por tres esposos que luego de acostarse en perfecto estado de salud, sin causa aparente amanecieron muertos a su lado. Scotland Yard terminó poniéndola bajo sospecha, por cuanto eran demasiados maridos fallecidos en idénticas circunstancias, pero no encontraron forma de probar nada; los médicos que examinaron los cadáveres no pudieron determinar con precisión la causa del deceso; nada la incriminaba.

Un botánico aportó la pista clave para solucionar el caso.

La señora Collins disponía de un invernadero lleno de centenares de esas flores llegadas de las cuatro esquinas del mundo, entre ellas numerosos ejemplares de Stanhopea tigrina provenientes de la India. Declarada su culpa, confesó su manera de proceder; consistía en invitar al marido de turno a tener una “velada romántica”; retozaban, ella lo hacía beber champaña pródigamente, en tanto derramaba disimuladamente su copa; hacían el amor. El hombre, fatigado y ebrio, se quedaba dormido en el lecho; la dama llenaba el cuarto de orquídeas, lo cerraba herméticamente, al punto de obstruir toda posibilidad de ventilación; el infortunado cónyuge amanecía envenenado; ella ventilaba la alcoba, llevaba las orquídeas a su lugar y borraba todo rastro.

Y es que en la orquídea, tanto como en la mujer, hay un sesgo de perfidia en el contexto de su belleza y sensualidad; la orquídea es una fleur fatale; pero, asimismo tanto como en la mujer, la maldad, y el peligro que asecha en su seno, son elementos de su fascinación.

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